La vitamina D es una vitamina liposoluble que regula el metabolismo del calcio y el fósforo, por lo que constituye una pieza fundamental en numerosas funciones. Además de ser clave para la salud ósea, dental y muscular, lo es también para protegernos de infecciones, para modular la respuesta inmunológica y para protegernos contra enfermedades inflamatorias y cardiovasculares.
Estamos, como vemos, frente a una vitamina con numerosas virtudes que obtenemos sobre todo a través de nuestra piel y la exposición solar —en concreto gracias a la acción de los rayos UVB— y de alimentos como pescados grasos, huevos, leche entera y derivados lácteos. Pero también sobre la que circulan interrogantes tan comunes como: ¿cuál es su verdadera función?, ¿podemos obtener la cantidad necesaria del sol?, ¿puede una persona tener demasiada vitamina D?, ¿cuáles son los síntomas de la deficiencia de esta vitamina?
Con el fin de aportar un poco de luz a todo lo que concierne a esta poderosa vitamina y despejar algunos de sus secretos más escondidos, el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz ha organizado recientemente el curso ‘Visión Multidisciplinar del Uso de la Vitamina D’, destinado a intercambiar conocimientos y enfoques sobre esta vitamina y su impacto en la salud.
La vitamina D, en realidad, ni es vitamina estrictamente ni es solo una. Se trata de un sistema hormonal con acciones sistémicas más allá del efecto óseo. Tal como reconoce el doctor Emilio González Parra, especialista del Servicio de Nefrología e Hipertensión de la Fundación Jiménez Díaz, la vitamina D se usa sobre todo por sus efectos sistémicos, aunque “solemos desconocer los motivos por los que se usa en otras especialidades”.
Otro de los efectos más destacados de esta vitamina es que ayuda a una adecuada regulación del sistema endocrino. “Es el actor principal en todas las enfermedades del metabolismo, calcio y fósforo y, en particular, de la patología de las glándulas paratiroides”, afirma la doctora Clotilde Vázquez Martínez, jefa del Departamento de Endocrinología y Nutrición del centro hospitalario.
Pero hay más beneficios. Algunos estudios demuestran que la administración de suplementos de vitamina D puede llegar a reducir la frecuencia y gravedad de las infecciones respiratorias en los niños producidas por virus como la gripe. En esta línea se expresa también un estudio realizado por el Instituto de Investigación Sanitaria de la Fundación Jiménez Díaz según el cual los niveles más altos de vitamina D se relacionan con un menor riesgo de evolución negativa por la COVID.
El déficit de vitamina D es muy frecuente. Se habla casi de un problema poblacional generalizado, algunas de cuyas causas estriban en la menor ingesta de vitamina D preformada al haber disminuido la ingesta de productos ricos en vitamina D como la mantequilla, algunos embutidos, el hígado etc… ya que están contraindicados por otras razones. Y en cuanto al sol, principal fuente, la protección necesaria para la prevención de cáncer de piel y la posible escasa exposición solar en invierno, pueden explicar parcialmente el fenómeno.
La repercusión del déficit de vitamina D en la salud es diferente según lo importante que éste sea y, sobre todo, si coexisten enfermedades que pueden agravarse con su carencia.
Otra de las preguntas que suelen aparecer cuando hablamos de vitaminas y salud es sobre la cantidad justa necesaria para un buen funcionamiento del organismo. La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, en un documento de consenso sobre los niveles óptimos de vitamina D, establece que estos deben estar entre los 30 y 50 nanogramo por mililitro —ng/Ml—, una cifra a la que no llegaría un 80-100% de la población española de más de 65 aÑOs, que se estancan en los 20 ng/mL. Los valores por debajo de 10 ng/mL se consideran deficiencia.
Para saber si tenemos suficiente vitamina D basta con realizar una analítica, que nos mostrará si nuestros niveles son los adecuados.
El déficit de vitamina D se relaciona sobre todo con la salud ósea, ya que es imprescindible para la absorción y depósito de calcio en los huesos. Su carencia produce osteoporosis u osteomalacia. También es imprescindible su administración tras extirpación de las glándulas paratiroides o cuando hay deficiencia de parathormona, pero existen muchas evidencias sobre su relación con otras enfermedades endocrinas, como la diabetes tipo 1 o tipo 2, la obesidad y las enfermedades tiroideas autoinmunes.
En niños esta deficiencia puede convertirse en raquitismo —poco frecuente en España—, que es cuando los huesos no han absorbido suficiente calcio para hacerlos rígidos, de manera que se mantienen blandos y se deforman con el tiempo.
Unos niveles bajos de vitamina D también se han relacionado con un aumento del riesgo de enfermedades metabólicas, cardiovasculares y oncológicas.
Los primeros síntomas de deficiencia de vitamina suelen incluir fatiga, dolor óseo, debilidad muscular, dolores y calambres, así como cambios de humor.
Un estudio reciente señala que la deficiencia de vitamina D se encuentra a día de hoy entre los principales problemas de salud pública más extendidos en todo el mundo.
Cuando se habla de los tratamientos disponibles para atenuar la insuficiencia de vitamina D en el organismo emergen diferentes opciones sobre cómo se debe administrar y en qué forma activa. “Se debe usar la vitamina D nativa, que es la forma más fisiológica, en dosis diaria o semanal”, señala el doctor González Parra. En España es común el uso de calcidiol, pero también se pueden usar “moléculas activas como el calcitriol”, aunque es menos común por su toxicidad.
Debe tenerse en cuenta que la vitamina D es liposoluble, es decir, que se disuelve en grasas como lo hace la vitamina A, E y K, lo que puede convertirlas en tóxicas si se toman en exceso porque no se eliminan por la orina como lo hacen las vitaminas hidrosolubles. Por tanto, es muy importante siempre monitorizar la administración de estas vitaminas en general y la D en particular. “No se puede tomar de manera incontrolada”, advierte el doctor González Parra.